Algo más que luz

Algo más que luz

lunes, 22 de junio de 2015

Poemas, obras: Un recorrido comentado entre los versos y los días.




Quizá el primer poema que publiqué y quizá también la temática que mejor puede definirme. Por entonces vivía en un primer piso de una calle de barrio tan estrecha, que para saber si el día estaba despejado o no, había que aventurarse bien desde la ventana pero se escuchaba el repicar de la lluvia y la gratitud que con su tacto dispensaban el asfalto, los naranjos, la inusitada quietud y hasta las legiones de antenas que ocupaban las azoteas.




OLOR A SIERRA

Huele mi habitación a tierra mojada y a sierra
y no sé por qué se me ocurre
que es este el lugar más libre del mundo.

Aquí el silencio vive a su antojo
y a veces se viste de sonrisa o de sombra,
de música, de lágrimas o de frío,
de júbilo, de esperanzas,
de ventanas abiertas... Y es entonces
cuando la brisa húmeda de otoño o primavera
se riza en las cortinas que musitan poemas
y entra de golpe toda la luz de las estrellas,
y se extienden las paredes, se dilata el techo,
y se expanden mis brazos, mis cabellos
sobre un lecho infinito,
respiro profundamente el aire
aún no nacido del Universo.

Siento palpitar el Cielo en mis latidos
conforme nazco de la Lluvia que moja la Tierra.

Recorre nueva la savia mi cuerpo,
crezco como la Luz que se derrocha en las veredas
dispersa como polen entre nubes,
me derramo en la lluvia que cae en la habitación
donde renacen jóvenes las flores del Mundo
y se impregnan serenas del profundo olor a sierra.

Pliegos de la Posada. 1994.



Del primer poemario que publiqué, integrado en la colección Laberinto de Fortuna, junto a Federico Abad, Eduardo García, Pablo García Casado, Victoriano García Paz, Ángeles Giner, Antonio Luis Ginés, A.A. Lindo, Esperanza Mir, Antonio Moreno, Balbina Prior y Pilar Sanabria. Compartimos grandes momentos y hoy por hoy, algunos de nosotros continuamos con la grata experiencia del afecto, la poesía y la amistad. Lo dedico especialmente a Leyla María Ouf.

FUNÁMBULOS

Voy caminando con sereno equilibrio
sobre la cuerda floja que la vida me ha tendido.
Desde la altura miro al enorme espacio abierto
que crece bajo mis pies y siento
cómo se inquieta el vértigo
ante tan aventurado circo.

No tengo asidero, ni vara
para compensar cada paso que doy
sobre este arriesgado sendero.

Solo cuento, con los ojos puestos
en el horizonte incierto,
-donde se pierde el camino-
con la fuerza de mis tobillos
que buscan con ahínco
-igual que los pensamientos-
asentar sólidamente
cada paso hacia su destino.

Colección Laberinto de Fortuna. 1995.







En Abril de 1995, el Ayuntamiento de Espiel, en la III Edición de su Premio de Poesía Acordes, otorgó a mi poemario Desde la Aurora, el primer Accésit Regional. Desde la Aurora está dedicado íntgramente a la maternidad, a los primeros días de vida del ser humano, a la delgadísima línea que nos separa de la existencia traducida, así de inmediato, en escasos kilos de peso. Cuando me llamaron por teléfono para comunicarme tan grata noticia, mis tres pequeños que llevaban en el mundo apenas tres o cuatro meses, estaban en sus cunas en la habitación contigua, ellos, a quienes dediqué estos poemas, escritos prácticamente de una sola vez, frente a la ventana del hospital mientras me recuperaba de su alumbramiento y ellos de su viaje desde, vayamos a saber, qué parajes cósmicos en las incubadoras, sin habernos podido tan siquiera conocer personalmente hasta tres días después de su nacimiento.  

A mis hijos, fuente de donde brota
el lenguaje que sólo conocen,
sin darse cuenta, aquellos
a quienes habla el amor.



LAS OLAS

Han dormido mis manos sobre un lecho de olas
blandas como mansos copos de nubes
y serenos, los dedos, empapados
de paz tan infinita, a merced de una marea
plena de la más tierna dulzura,
se dejaron llevar por las ondas felices
que se alzaban y hundían en la piel de mi vientre.

He dejado bañar mis orillas por cadencias
sublimes que venían escalando las aguas
en sus tramos más íntimos desde las arenas
sembradas de anémonas y luces de algas
hasta la espuma fresca que se deshace en mis playas.

Y he vencido a las noches sin estrellas
abrazando columnas de luz entre las nubes
profundamente lejos, muy adentro del mar,
zambuyéndome en un naufragio de caricias,
en huida de que alguien me pudiera rescatar.



DESDE LA AURORA

Y cuando estemos frente a frente ¿Qué haré?
No sé cómo afrontar esta tromba que me invade,
que invade todo un mundo creciente, joven, nuevo,
un mundo que no conozco y que me estalla en el pecho,
que me aflora en los ojos, que tiembla entre mis dedos
rumoreando entres los pasos, respirando en mis cabellos.

¿Qué haré al contemplar vuestro sueño derramando paz
desde la fuente limpia que brota en vuestros cuerpos?
Ese sueños intacto que ambiciona el aire limpio,
inmaculado, que os besa los ojos dulcemente
y se baña sereno en vuestros labios.

Diluida en vuestro párpados, en vuestros pliegues amados,
hallaréis temblorosa la voz más íntima que hilando amor
os canta desde mi aurora
tiernas canciones de cuna.



NUESTRO SUEÑO

Y si me entrego al sueño
me fundiré en la noche y me perderé
en los callejones húmedos de mis propios temores
pero os veré rizados en mi frente
y dormidos entre copos de besos,
os abrazaré en el aire
y despertaré con el sabor dulce
de vuestros dedos en mis labios.

Y si me entrego al sueño,
pronto rozaré, muy despacio, la calidez
mansa, profundamente limpio de vuestras miradas
donde querré perderme recogiendo mis lágrimas.

Y si me entrego al sueño,
pronto querré tocar vuestra piel intacta,
vuestra piel que tan sólo entiende del silencio tibio,
del contacto sereno del agua,
del amor con que os llevo dentro

Y si me entrego al sueño, despertaré y querré obsequiaros
con música y aroma de tierra,
y claridades de lluvias,
y un bosque hacedor de primaveras eternas
donde el sol acune rosas
y despeje madrugadas.

Despertaré, al fin, con vosotros en mis brazos
y un rumor de caracolas creciendo en mis tobillos.
Dormiréis en mi pecho y después me hablaréis
con todo el calor recogido en vuestros cuerpos
de vuestra luz y vuestro sueño.


¿DE DÓNDE HABÉIS VENIDO?

¿De dónde habéis venido,
trayendo en vuestras sienes
el brillo de las estrellas
de tanto y tanto cielo?

¿De dónde habéis venido,
llevando en vuestros labios
el secreto luminoso
que se esconde entre los árboles?

Paraísos soñados que recorrieron mis lares
sembrando mis noches de fuentes
y mis días de oleaje,
os he llevado siempre
brillando en las pupilas
ya cunados en el vientre.

¿De dónde habéis venido,
portando la dulzura
de todas las mieles del tiempo
alrededor de vuestro cuello?

Desnudos, sin amarras ni ataduras,
libre de toda sombra
vuestra huella inmaculada.

No consigo acertar a tocar vuestro sendero
y sin embargo lo camino:
De donde venís, yo vengo.



TAN PEQUEÑOS

En tu pequeñez desnuda
me pierdo sin remedio
al calor de un abrazo
que te envuelve todo
¡Y me sobra tanto cuerpo!
Y sin embargo me siento pequeña,
inmensamente pequeña
ante el amor que respira
alegre entre tu piel y la mía
y ese calor, ese calor suave
ahíto de ternura
que rezuma entre nosotros.
Será cada abrazo gigante
para ocuparnos todo el tiempo.



NADA ESPECIAL (a Javier)

Hoy no me siento nada especial
aunque sólo con mirarte
mis ojos cobren tacto
para recorrer palmo a palmo
todo el calor pequeño que desprende tu cuerpo.

Nada especial, con tus manos diminutas
latiendo entre las mías.
Son mil constelaciones que abarco
en el naciente universo
que comienza a fluir desde mis poros
para surcar el tiempo hasta llegar a un día
en que con tus manos firmes,
conscientes del lugar donde llegamos
envuelvas algo frágil que suspire
en los nudos de mis dedos.

No, no soy especial aunque me inunde el vértigo,
aunque me sienta naufragar
en mitad de un océano de dulzura
pues quizá, toda mujer sea capaz
de escribir un poema de amor con silencio
sobre la piel profundamente amada de su hijo.


LABORES DE AMOR (a María)

Estoy aprendiendo a escribir
poemas a un amor desconocido, 
a tejer sus palabras en mis dedos
y a bordarlas en el aire con los labios.

Son palabras aún desnudas
que, ansiosas por tocar libres el viento,
golpean con fuerza en mi pecho
tímido y asustadizo.

Por eso es tan complicado
enhebrar la dulzura de sus hilos,
romper con las agujas un principio
para ahondar en busca de su nombre.

La vigilia invada cada noche
derramando en el lienzo su tumulto,
deshaciendo hilvanes y puntadas,
confundiendo sus formas entre nudos.

Pero ese amor, tan denso que aun puedo respirarlo,
que puedo, incluso, hundir en él las manos
y llevarlo al rostro, y enjugarlo,
ese amor de palabras aún desnudas,
deseosas de vestirse con nombres de caricias,
es plácido como un baño de sol
cuando unge los instantes primeros de la tarde,
y conduce a veces mis torpes manos
por el lienzo convertido en seda a su paso,
y retoza entre sus pliegues suaves
y en silencio apacible me revela
cada sílaba, cada letra desconocida
que fluye entre su nombre y mi tacto.


BESAR TU PIEL (a Pablo)

Posar los labios en cualquier tramo de tu piel
es como besar el origen virginal de una sonrisa,
los más tiernos rumores del cielo donde retozan
dichosos todos los indicios de cada primavera.

Posar los labios en cualquier tramo de tu piel
es como besar las cadencias más alegres
que vierten su armonía sin reparos
en el caudal pacifico de una música íntima.

Besar cualquier tramo de tu piel
es como atrapar el universo entre las manos
y encerrarlo en una copa hecha de luz
para cerrar despacio, muy despacio los ojos
y beber.


EL TIEMPO DEL AMOR

Poco, poco amor te he dado
cuanto guardado tenía tanto
pero nos queda tiempo
¡Nos queda tanto tiempo
como coge en el Universo!
y en cada uno de los diminutos
espacios que le dan ser,
yo desbordaré la ternura
para recorrer palmo a palmo,
poro a poro, cada surco de tu piel.


ARO

Somos todos un anillo
que ha desposado al tiempo,
llevamos en nuestras manos
el agua de sus arras
y la derramamos dichosos,
sintiéndola rodar feliz,
acariciando nuestra espalda.



Algo más de veinte años hace que fueron escritos los poemas de Desde la Aura. ¡Cuánta labor de amor, cuánta caricia con el tacto, la palabra, la mirada, el gesto, el acto, el sueño y la vida! Les eduqué, me educaron, les mostré, me mostraron, convivimos, compartimos, crecemos, evolucionamos.
Una tarde de primavera, cuando ya tenían quizá cinco o seis años, en uno de los acostumbrados ratos de asueto, en uno de los parques cercanos donde cantábamos canciones, jugábamos y nos deslizábamos por el tobogán incluida nuestra perrita Yola, atrajo mi atención el destello de un anillo con piedrecitas incrustadas extraviado entre la hierba.


    







Nuestra capacidad sensitiva, nuestra sensibilidad, nuestra intuición, nuestras percepciones e inquietudes, en estrecho contacto con las experiencias que vivimos, saben mejor que nosotros cómo las vivimos y cómo las procesamos. A través de la Poesía, aquéllas, me han explicado las repercusiones de algunos acontecimientos como los recogidos en el texto Ser Agua. Colección Cuadernos de Sandua. 1998.


LA DAMADENOCHE

Siempre a la caída de la tarde,
cuando estaban regando sus portales las mujeres
y casi estaba lista la gran dama de noche
pasaban las amigas, tan jóvenes, tan niñas
por la senda de luz que conducía a la playa,
muy cerca de las cañas, de la tierra mojada,
de las sillas de anea, de las jábegas blancas
y se sentaban frente al mar respirando las olas.
Los sonidos del agua invadían sus latidos
y un mundo de sirenas de cabellos dorados
disponía sus vergeles coronándolas de algas
Y dibujaban sueños sobre la arena húmeda
caminando descalzas, abrazando la brisa,
y las olas dejaban sus caricias
impresas como huellas en la estela de sus pasos
Luego el mar se llevaba en su regazo los dibujos,
un rastro de miradas que volaba al horizonte
y el aroma incipiente de la dama de noche.
Inundadas de púrpura las piernas, ligeras,
tan ligeras como el agua. Como la sal, densos
los tobillos,y al fondo, transparentes, las sirenas
y una voz inaudible quizás hecha de ausencias.
Hilvanando en el aire el sabor de nuevos sueños,
la arena fría en sus pies sobre la orilla del mar,
tornaban las amigas, tan jóvenes, tan niñas.




TODO CUANTO TENGO

Pídeme cuanto quieras sólo tienes que mirarme
concediéndole asilo a la ternura
que ha llamado a tus ojos
y te daré, si así lo quieres, el aroma libre
de todos los inciensos del mundo que oscilan
en mi alcoba de estrellas y luciérnagas.
Pídeme el arcoiris, lo guardo en un tahalí
forjado por la aurora con helechos y juncos
entre pétalos frágiles y rizos de otoño
que confortan la angustia de un mal sueño
y ofrecen el olvido para un gesto de agravio,
pídeme, no me ignores, pídeme cuanto quieras
siempre que no se trate de respuestas
a cuestiones absurdas.
Puedo darte el silencio aunque lo tenga escondido
en la mirada intensa y suave de una gacela
que se acerca al estanque.
Pídeme la alegría, es como lluvia de azahar
sobre un mar que se ondula
desplegando colores
que golpean las esferas de mi anillo de cobre,
en noches de quimeras turbulentas y hostiles
se me acerca radiante para hablar de sosiego.
Tan sólo has de llamarla
y acudirá al instante
mas no has de alterar nunca la luz de sus palabras.
Tengo una vara mágica de plata,
en realidad es tan sólo una rama de adelfa
tallada con destreza
por un duende del bosque con mirada de niño.
Pídemela si quieres,
sólamente has de ser por un instante inocente
como aquel niño y yo, para creer en las hadas
y verás danzar en sus destellos las crisálidas
dormidas de tu dicha.
pero nunca me pidas que esté triste,
o que arroje al vacío la plenitud de un momento
que muera entre la muerte de una guerra sin sentido.



INDOLENCIA

Quizá ya permitiste que marchara
hasta llegar al sol aquella tarde
que tenías atrapada en una jaula
y libre se desliza entre sus alas
el tiempo soslayándose a sí mismo
queriendo y no queriendo convertirse
en algún que otro surco de tus manos
Es así, ya no existen cerraduras
y son libres las puertas de tu casa
el tiempo se te va por las ventanas
y tú medio dormida le saludas
con ganas de encargarle algún recado
pero esquiva como él a compromisos
que puedan absorberte demasiado.




INGRAVIDEZ

No es el silencio inmediato,
ni la calma de los días,
ni el sopor que nos envuelve,
ni el calor de este verano,
ni las noches de vigilia,
ni el temor a días futuros.
Es quizá la ingravidez
de un instante que hasta ahora
resultó desconocido
que atrapa voluntades,
miradas, pensamientos
más allá de la razón
y las seduce en la tarde
que se derrama en el mar.
Escucharás su rumor
en las fronteras del mundo
debatiéndose entre ser
o disolverse en el aire.




EL DON DEL SILENCIO

Avanzar con los pasos desnudos sobre la piel
de la tierra mojada y del polen incipiente
a través de la sendas, más o menos tortuosas,
que trasiegan el bosque con destinos ignorados.
Encontrar en el aire el más exquisito aroma
conociendo el idioma de la propia sonrisa,
llenar el pecho de mirto y hungir el cabello
con rumores de árboles, vestirse de brisa,
que remonte la savia el vertiginoso cauce
vital hasta llegar a los párpados donde escancia
aún envuelta en vigilias y cánticos de estrellas
su tacto de rocío la luz de la alborada.
Despertar al cobijo entrañable de la melia,
en el torso la lluvia incesante de sus flores,
en las manos, el sol derramando la mañana
como fuente de nácar que brota de sus ramas:
Una sonrisa nace bautizada por vuelos
de palomas que posan sus alas en los labios,
ofreciéndoles todas las palabras infinitas
que emergen en el don prodigioso del silencio.




SERENIDAD

Entre sueños la vi alejarse camino del mar,
tan sólo aquella vez que volvió el rostro
creí adivinar en sus pupilas una lágrima,
quizá un adios al trémulo jazmín
de la noche de verano.
Vestida por un tímido susurro de luna
avanzaba serena hacia las olas
y entendí que ya había recorrido
aquel sendero cada noche y alguien la llamaba
desde un lugar recóndito e inmerso
en las profundidades del océano
Y ondearon sus cabellos
en las brumas un instante
antes de que dejase de verla para siempre.
Desde el fértil rumor del kelp anclado a la luz
canta acunando a los hijos del Mar
y respira las ondas que respiran las algas
Diluida en el cristal de las olas y su espuma
reconozco su voz acariciando mis hombros
y me dejo llevar a través de su armonía
por el gozo sublime del vivir de los delfines
Presiento en el coral lejano sus pisadas libres,
ligeras, confundidas con el harpa de las aguas
que en danza virtuosa van y vienen sobre dunas
de silencio hasta la playa
donde quizá dormida, aún espero descalza.




EL RINCÓN OSCURO

Una noche, una mujer
se sentó en el rincón más oscuro de su casa
y prendió media luz y escuchó una canción suave
en la voz de otra mujer,
llevaba en el paladar
el sabor agrio y pesado
que acompaña a los borrachos
al luchar contra su vértigo,
le temblaban las manos porque tenía miedo:
Había descorrido en su torpeza el visillo
mugriento que cubría aquella ventana abandonada
a cuyas vistas siempre había rehuido

Y tuvo que asomarse sin quererlo al vacío
que sin pudor alguno le mostraba
una grotesca danza de espectros que gemían
como gimen los posesos
alrededor de un gigante
inmenso que lloraba como un niño acosado
sabiéndose indefenso.
Se estremeció y fue taciturna hasta la mesa
donde estaba dispuesta la ginebra
obviando protocolos de vasos o de hielo
Salió titubeando y regresó al instante,
miró al gigante inmenso largamente a los ojos
y bebió muy despacio del vaso que llevaba,
la media luz rodaba como una canción suave,
dibujándole estrellas al pulso de la mirada.
  
El día nuevo nacía y tras la vieja ventana
comenzaba a construirse un bosque joven
bajo el vuelo pletórico de mil golondrinas
que llegaban desde un rincón perdido
siguiendo aquellas rutas olvidadas del cielo.
La invitación templada e informal de la ginebra
continuaba intacta sobre la mesa oscura
del oscuro rincón de aquella casa
donde a solas finalmente,
el gigante descansaba.




VIVIR

Como la necesidad
imperiosa de entregar
una caricia, de dar
con el nombre de una estrella
recientemente advertida,
como el deseo de tocar
un rayo de sol caído
en una pared desnuda,
como el impulso de amar
es el hecho de la vida.


Y también, gracias a la oportunidad brindada por mis tres hijos de conocer la verdadera esencia, la trascendencia de la Infancia, más poemas dedicados a este milagro, a la Infancia, un Reino Sagrado que jamás nada ni nadie, bajo concepto alguno, debiera vulnerar.



SER AGUA

Ya se acerca feliz la lluvia como una niña
que danza entre sonrisas en los brazos de su madre
al son de la ocarina
prendido en el cabello trae el aroma de las jaras,
de los rayos de sol rezagados al amparo
afable de la encina.
Se escucha su voz clara musitando tu nombre
sobre el silencio súbito que guarda la sierra
ante su paso libre
por ello deberías abrirle la ventana
y unir tus pies descalzos a su mansa frescura,
entregarle tus huellas,
dejarla inundar tus manos, bañarse en tus brazos,
recorrer con sus leves caricias las distancias
dormidas de tu pecho,
dejarla crear un bosque de acacias y de enebro
en tu espalda desierta, brotar de tu cabello
en forma de cascada,
perderse por tus hombros susurrando cadencias,
que nazca en sus remansos la luz de la mañana
rizándose en tu cuello.
Déjala recrearse en la conquista de tus labios
ansiosos por beber y entregarse al regocijo
inmenso de ser agua.



LA PLENITUD DE LA RISA

Como una gran orquesta
que improvisa la vida
derrochando fragancias
que en fuegos de artificio
irrumpen en el aire
invadiéndolo todo
de absoluta armonía.
Cromáticos sonidos
de pétalos y ramas,
destellos y compases
de fuentes y de vuelos
es la alegría que brota
en cascada gozosa
cuando suena una risa
con voz dulce de niño.



LA TERNURA DE UN NIÑO

Tranquilidad que retoza
en el murmullo del agua,
dulzura intensa de almíbar
dormida sobre los labios,
suaves transparencias de ámbar
a mediodía de septiembre,
¡tan auténtica, tan cierta,
tan sincera, tan amada!
la caricia inesperada,
alegre tacto en la piel,
de una mano pequeña
es la ternura de un niño
entregada sin fronteras.




SIN LIMITACIONES

A vosotros que no me habéis prohibido que os ame
os daré tanto amor como vida al universo
las estrellas y luz a sus espacios infinitos,
Libertad para que el mundo no os atemorice
y unáis vuestra alegría al tránsito de su existencia
Os traeré tierra fértil de inagotables paraísos
que sirva de alimento al vergel de vuestro sueños.
A vosotros, que no me habéis prohibido que os ame,
sino que disponéis la virginal ternura
que vive desbordando vuestro ser para invitarme
 a convertir mis días en brazo inmenso de mar
capaz de llevar sus olas a la última bahía
formada en vuestra piel y deshacerse en caricias
Os dejaré trenzar vuestra inocencia en mis cabellos,
dibujar el color circular de una sonrisa
en el valle fecundo que nace en mis pupilas,
os dejaré correr y saltar cuanto queráis
en las llanuras de luz que dan calma a mis océanos.
Y yo, quedaré atónita de nuevo con vosotros
descubriendo entre los altos brillos de la noche
simplemente la cara conocida de la luna.












En 2000, el Ateneo de Córdoba decidió otorgar el XVI Premio Juan Bernier de Poesía al libro El Tránsito que dediqué "A Quienes estuvieron, quienes ahora no están, quienes lleguen, permanezcan o o no en este Tránsito porque juntos aprendemos en el dolor y en el gozo o en ambos a la vez. Y especialmente a mis tres hijos: Pablo, María, Javier, que me muestran genuina la sensatez con su pureza de niños".


Al principio

Yo sabía vestirme con el velo
oscuro de la noche que caía
en el mar impregnado del aroma
con que enciende sus óleos el crepúsculo,
airear el bordado que tejió
en torno a mis tobillos el vaivén
secreto de las olas -unas jóvenes,
que desearan tocar la plenitud
impacientes, y otras, ya caducas
demorando el momento de marcharse-.

Y supe acostumbrarme a los insomnios
boreales que descansan en la nieve,
al ímpetu arreciado de los vientos,
al parto insostenible de la tierra
alumbrando a sus ángeles de lava,
amamantar criaturas en mi seno
y velar su descanso entre los brazos.
Sabía sustentarme únicamente
con la luz que brotaba cada día
de la mirada limpia de los hombres.

Más tarde, de su fe y su sacrificio
conocí aquel temor a ser tan frágiles
y vi como erigían cárceles para sus mentes
y elevaban hostiles barricadas
en torno al corazón y en la mirada...
Y supe del amor que no se dio
ya fermentado hirviendo entre los míseros
despojos, como aguas encalladas
que a fuerza de luchar contra sus diques
optaron, descompuesta ya su espera,
por ir asesinando a sus especies.
  
Reconozco el camino hacia la casa
escondida del mal, su descendente
sucesión de peldaños astillados,
caracol miserable que segrega
los jugos venenosos de la ira:
Sus infames barandas construidas
con huesos quebrantados y amarillos
de seres arrancados a la infancia
recorrieron dañinas cada huella
del laberinto eterno de mi mano.

Yo no sé cuando supe todo esto
ni cuando tú debiste asimilarlo,
es sólo que estábamos ahí,
mirando a nuestros ojos en silencio.
Así es la desazón que de los hombres
sucede sobre mí en surcos de sangre.

Por eso no me pidas ya más odio,
no más tintes de hiel sobre los labios,
no más detonaciones cargadas por la rabia...
¿Sabes? Estoy cansada del silencio viciado,
de esta calima estéril que ulula entre secas ramas
desgarrando los últimos jirones, el expolio
del espíritu muerto en el desierto
que fue vergel maldito y olvidado.

Guardemos el silencio que una vez nos bendijo,
derramemos el cáliz del amor inconquistado
y dejemos que sanen las úlceras abiertas
de este frágil cactus que araña resentido
nuestra piel con la fiebre tenaz de sus espinas.

Libera tu conciencia. Ven, trae contigo la lluvia,
búscala en tu horizonte, más allá de la angustia,
allí reposa intacta enhebrando el arco iris.

Acércame tu mano, acariciemos la Tierra
y dejemos que caiga sobre ella
la lágrima redonda de la última mirada

que sonrió una noche con la luz de las estrellas.




La bruma

Hoy todos los crisoles se han vestido de luto.
Esparzo los añicos de un recuerdo impreciso,
como podría hacer desde el gemido tenso
de un ajado velero, la hija ilegítima
de un viejo guerrero abatido por la vida
entregándole al viento sus restos cinerarios.

Hoy todos los crisoles se afanan en la nada
y miro al horizonte escorzado de templos,
tras ellos sólo hay brumas muy densas y muy blancas
respondiendo a cuestiones de árboles desnudos.

Quizá, sólo quizá más allá esté bramando el mar,
y una bandada de olas se apresure una tras otra,
cuerpo a tierra, chocando y hundiéndose imposibles
en la arena nocturna donde se ausenta una estrella.

Hoy he de rescatar algún recuerdo
que flote a la deriva en el mar de este momento
antes de que el tiempo se me vaya entre los dedos.

  


El tránsito del sueño

Es quizá el momento más cercano
a la paz absoluta, que despliega
sus alas en un límite enigmático,
como hilo brillante y extendido
frágilmente entre dos ramas pobladas,
contagiado de su savia perenne.

Y culmina cuando al fin cedes al sueño
y te dejas llevar por las corrientes
azules de los íntimos latidos
hacia un mundo que late en el crepúsculo
teñido con la luz de tu memoria,
alejándote entre orbes de silencio,
espumas cristalinas de recuerdos,
y ritmos ancestrales en los labios.

Irán todos los sueños al final,
tácitamente, igual que algunos seres,
a reunirse en un punto concebido
por el tiempo tan sólo para hacer
con el ciclo de la vida una fiesta.

Todos, como si fuesen a buscar
sus acordes en la música eterna
que fluye sosteniendo las estrellas
en el cauce que muere y que renace
incansable, apagando y encendiendo
la luz inexplicable que respira
envolviendo el silencio con el nombre
que sólo pronunciara el Universo.



El Barrio

Regreso del fluir diacrónico del centro,
del lujo de sus calles, sus metales flamantes,
concurridos pasajes, modales coherentes,
gafas de sol y pieles, cócteles elegantes
donde todo es exacto, cortés y exquisito.
Vuelvo con las mujeres que han de mirar al cielo
cuando modula suave sus voces cansadas
mientras reposan los brazos sobre la baranda
del balcón abierto a la contra luz del día;
y también con los hombres, que al ver cuanto les queda
gritan, rompen cristales en mitad de la noche
a veces, y otras tantas se lanzan a la calle,
se mezclan con los perros y buscan desesperados
sus antiguas canicas enterradas por la lluvia
de años implacables caídos en su espalda.

Vuelvo. Y ahí están los niños, en las aceras
bruñidas por sus juegos, siguiendo lagartijas
que escapan entre restos de hogueras y de dosis
malditas a un rincón escondido entre los árboles. 

Odio a veces la risa estruendosa de las brujas,
sus greñas mal teñidas y su afán de limpieza,
sus blasfemias, el volumen desquiciado de su radio
y el ambiguo aliento cavernoso del borracho
que se mezcla hábilmente con sus torpes palabras.
Pero odio sobre todo el humillado silencio
que reposa inicuo cebándose de lágrimas
sin que nadie se atreva a decir jamás nada.

Alguna vez la sierra me trae todos sus pájaros,
se mantiene callada mirándome a los ojos
y ellos me regalan el viento azul del cielo
inalcanzablemente puro, insondablemente
bello y lo acomodan en mi blanda pupila
con la inmensa dulzura orbital de sus alas.

Niños secretos vienen a llamar a la puerta
y solemos sentarnos a contemplar la hierba
profundamente verde, que se extiende infinita
más allá del lugar donde alcanza la memoria.
El sol, ajeno a todo, continúa creciendo,
e incluso se aventura a enredarse en nuestras manos.

Y ya no odio nada, tan sólo me limito
a entender, conversar, mirar al cielo, esperar...
en el seno del barrio pobre al que pertenezco.



Una duda

Cuando era joven y bella nunca tuve miedo.
Era lo que cada uno quería que fuese
si ello me convenía. Le puse precio a todo
y conseguí prosperar sin arriesgar demasiado.

Ahora, a estas alturas, no preciso mis clientes
y creo que no estaba pagando suficiente
por cogerme la mano a la caída de la tarde
y darme un beso cada noche el mismo hombre.

Por eso le pedí que se marchara y escuché
un gemido a mi espalda, el sonido de una llave
al caer sobre la mesa y el golpe de la puerta
volcando en las paredes el eco de su ausencia.

Y no sé si invitarle a recoger sus cosas,
o sentarme a su lado donde sé que está ahora
para coger su mano a la caída de la tarde
y ofrecer mi primer beso a cambio de nada.

Yo sólo supe hacer con el amor una cosa.
Tú que entiendes mejor, creo, porque te veo distinta
Dímelo tú, mi niña ¿Qué puedo hacer ahora?



Unas fotos antiguas

Me decidí a mostrarle aquellas fotos
y tembló entre sus manos el cartón
al ver pasar el rostro sugestivo,
el frondoso cabello largo y rubio,
la mirada cuajada de promesas
y unos labios carnosos que besaban
tan sólo con mirarlos un instante.

Vibraba entre sus manos aquel cuerpo
elástico, turgente, joven, blanco
realzado por escotes muy abiertos,
descansando con los brazos desnudos
sobre el diván de seda en la penumbra.

Temblaron al fín sus jóvenes manos
al tacto de la sepia, el blanco y negro
de las fotos que me hicieron hace años,
muchos años... Y yo, entre sus brazos,
gocé infinitamente al comprobar
que el deseo le invadía como nunca
brotando palmo a palmo de sus poros,
derramándose al fín sobre mi pecho.



La rueda de la vida

Alguna vez la noche se transforma
en inmensa campana de cristal
que lleva en su interior toda la luz,
como una gota de agua que descansa
sobre un rayo de sol en la mañana.

Y cubre, muy despacio, poco a poco,
con la estela fugaz de los planetas,
un espacio que apenas reconozco:
Son los sueños creciendo que se evaden
a través de la piel mudada en prisma.

Miriadas de senderos soy entonces,
poblados de colores y sonidos,
recuerdos incipientes que despiertan
al crepúsculo añil de su existencia.
Orbes de madreperla se evaporan,
ondas de aguamarina en espiral
ascienden circundando una columna.

La campana levanta sus esferas
e inunda en su tañido de los tiempos
la ígnea amplitud de un desierto
contagiado de rojo por el cielo
que pinta en las distancias cordilleras
de rocas silenciosas y perfectas.

Perdido el compromiso de la carne,
me levanto a besar la madrugada
de ese mundo abisal de la memoria,
tan sólo soy aliento que estremece
los pétalos livianos de las rosas,
aire o pensamiento aún sin nombre.

Por eso, no te extrañe,
No te extrañe nunca que te mire.


La visita

Jugando en el patio inmenso a ser una gran bailarina
se ha adentrado la niña en el claustro de los días
y gira, y salta, y brilla como el agua de cristal
que arpegia sus rumores en la fuente de piedra.

El mármol resplandece con júbilo en sus pasos.
Duerme el sol en las vetas. Perfectas simetrías
de claros y penumbras se dibujan tras los arcos.
Sucesión de cal muy blanca, de sombra muy oscura,
columnas por frontera, un pasillo, la escalera...

Arriba ondean las sábanas como única bandera.
Está trotando mayo y en el cielo, muy alta,
le descubre una cúpula de vuelos y de zarcos
que surcan sus mejillas con reflejos de alborada.

Llevando entre sus brazos con esmero un tesoro
de aromas y de nidos regresa la niña al patio,
la penumbra escondida tras una puerta entreabierta
la invita con aliento de bosque y madreselva
a buscar un estanque donde andar de puntillas
y aprender a nadar como los cisnes que sueña...
Tras los juncos difusos que mecen sus pupilas
sólo contemplará un lecho azul y terso
vestido de ausencias y de pulcro silencio.

Con sabor dulce de sauce y de agua en los labios
se vuelve y contempla a las mujeres. Conversan,
cálidas le sonríen mientras ella se acerca,
alguien la sienta en sus rodillas y le cuenta una historia
que atiende con agrado mientras rizan sus cabellos
con agua de colonia y ternura entre los dedos.
Y aprenderá una nueva canción frente al espejo
cuidando del hilván que le sostiene un vestido,
entre infinidad de madejas y algún cigarrillo.

Se cree en un palacio rodeada de princesas
o en cuento de hadas donde es protagonista.
Entre sus manos lleva abierta una caja de música,
es mañana de fiesta en la antigua casa de citas.


La infancia

Acepto este pequeño trozo de seda caído
en mis manos, apenas consistente, despojado
de todo el peso, como esas hojas o quizá
pájaros que descienden dorados de los sueños
y ocupan un instante con sus alas fugaces,
los inermes espacios que abarcan nuestros hombros
cuando el cielo conforta su pesar y reclina
su cabeza en los brazos abnegados del otoño.

Acepto este liviano trozo de seda en mis manos.
Sin remedio será que sucumba a su caricia
 y lo extienda en macizos sembrados de violetas
para que las estrellas le lluevan en verano.
Ya sé que su textura suave no me pertenece,
ni el terso brillo de sus colores, ni siquiera
su aroma que respiro, tomaré como mío.
Sólo soy guardián de su frágil consistencia
que cobra día tras día vigor, como las rosas.


La acogida

Has de quedar tranquilo, pues la luna,
es tu amiga. Tan sólo has de dejar
una rendija abierta en tu ventana
y ella acudirá para besarte.
Mientras duermes.

Y quizá, alguna vez,
se haga un sitio en tu cama y descubras
cualquier noche a tu lado,
el brillo de su rostro en tu almohada
y la densa frescura de su cuerpo
descansando feliz entre tus sábanas.


El encuentro

Hay soledades blancas, soledades furtivas,
soledades que acuden. Soledad que te llama,
que te besa las manos y te habla al oído.
Soledad imprecisa que abandona el tumulto
y se recoge en ti al abrazar tus rodillas,
soledad de silencio, de chinas y de tizas,
de corolas de lirios, de ramas doradas,
que trae consigo el aire y el halo de una estrella,
que calla para oírte, que anda de puntillas
precediendo tus pasos para abrirte la puerta.

Soledad que despliega sus estelas de seda
tejiéndote unas alas ligeras en la espalda
y un canto muy pequeño creciendo en tu garganta.
Hay soledades blancas como también hay sueños
de niños que sacuden racimos de lavanda,
dejando caer su aroma cual perlas de un collar
que saltan liberadas en diaspora de lunas.
Hay una soledad dentro de ti a la que huyes,
único territorio donde nace genuina
la verdad que te nombra y te acoge como eres.
Hay una soledad fiel que siempre te hará libre.



Omaira

Hay en el cielo un sendero
tras un arroyo de nubes
que rumorean palabras
ingrávidas, como aliento
de dioses que nombran
criaturas imposibles.

Algunas veces el sol
ilumina horizontal
pequeñas, casi invisibles
gotas de néctar que caen
de un árbol glorioso en flor
y un aroma de rosas
púrpura y sin edad
se despierta en el aire.

Entonces, se ve al final
del arroyo y del sendero
una puerta de madera
que da frutos carmesí.
Bajo el dorado dintel,
su gradilla de piedra:

Alguna vez, una niña,
viene aquí a descansar
de no sé que bellos juegos.
Se sienta a mirar el mundo
con la menuda inocencia
humedeciendo sus ojos,
y deja que de su falda
caigan rodando y se esparzan,
amplios como un horizonte,
los colores que escogió
para pintar la esperanza.







Un largo rodar de días y de noches plenos de minutos, horas, tránsitos estelares de cometas y fases de luna, primaveras, inviernos, muertes, nacimientos, problemas, soluciones, clamores, sosiegos acaecidos en el vértigo del mundo y en el de cada uno de nosotros.

Doce años de silencio editorial sin que por ello cesa el hecho de escribir, el proceso de encontrar poemas recostados en el lateral de una estantería, sobre el mármol de la cocina, al lado de los vasos donde alguna vez se posara un grillo, o sembrados junto a la madreselva de la ventana, o entre los juguetes de los niños, o revueltos en carpetas, cajones, bolsos o al dorso mismo de un sórdido recibo.

Así que, en 2012, Ediciones Depapel, conducida por Manuel Patiño, optó por ceder un espacio a Algo más que Luz en su bellísimo proceder a la hora de elaborar sus colecciones con un tacto exquisito de forma que, el contenido, se ve realzado por la plasticidad artesanal de su continente. Entre sus páginas, los versos narran una especie de transformación, una catarsis, una evolución conteniendo también el poema La visita postergada en memoria del poeta y amigo José Santarém que contó con el Accésit del VIII Certamen de Poesía Puente de Encuentro y que comparto con vosotras y vosotros en la Caja de Recuerdos: Antologías y otras Publicaciones de este blog.

Algo más que Luz está "Dedicado pues a todos los seres que me dieron luz desde el consuelo, el amor incondicional y su cualidad para mostrar y compartir los senderos de la alegría y la confianza, hasta aquellos que descorrieron los velos del dolor o la tristeza: Para siempre celebrados compañeros de viaje e inolvidables maestros los primeros; los segundos,  válidos maestros. Todos, desde un extremo u otro propiciaron el ansia de equilibrio y un ápice de sabiduría respecto del auténtico valor de las cosas".


Ella te guía como madre
Y es a ella a quien debes
Tu grandeza.
Novalis.
Algo más que luz

Hay un reloj secreto
en el corazón de cada árbol
y un tiempo dorado
que se asoma a los estanques
al sumergirse la luz
en las Aguas de la tarde.

La luz al reclinar su cabeza
en los senderos, ya no es luz
sino gesto de madre que acaricia
su vientre poco antes de alumbrar
a sus criaturas de la noche.

La Luz se desvanece
haciendo saltar coros de los bosques,
tomando para sí el agua lustral
con que ha de bautizar nuevas palabras.

La Luz que ya no es luz
es un cáliz que guarda
cuanto ignoran los hombres
y murmuran los árboles.




Lo que le ocurre a la Tierra,
también le ocurre a los hijos de la Tierra.
Seattle, Gran Jefe de los indios sioux



El Guerrero
I (El final de la batalla)

Salgo hoy del templo maldito
erigido hace siglos
con acero de cadenas
y fuerza de látigo,
salgo con heridas en las piernas
y dolidos los costados,
llevo sangre en la espada,
la misma sangre negra
esparcida en la piedra
que me mancha los pies
y señala mis huellas.
Sí, el terror. Mis manos
también están manchadas
con la misma perfidia
de la sangre que las baña.

Salgo de la ciudad en llamas
y me siento morir bajo el Sol.
No sé hablar de gloria
con grietas en los labios
y maldigo aquí el mundo
hacedor de sus caprichos.

Los ojos se me quiebran en las cuencas
y un escozor de avispas se retuerce
y abre paso en el polvo
reseco de mis mejillas.
¡Sí, ahora no hay duda!
Era esto una lágrima,
la última.



II (La evocación)

He ascendido a la cumbre
de esta hecatombe de rocas
exhaustas, desarboladas
como si un dios deficiente
hubiera dejado a medias
algún juego imposible.
Un león poderoso se aproxima
salvando la distancia incandescente
de este desierto de arena,
se sienta a mi lado
y evocamos recuerdos ...

Dicen que fui guerrero,
se equivocan neciamente:
hé aquí los vestigios de mi templo
el desecho de mármoles
donde antaño dancé,
los pilares caídos que un día
circundé con mis velos,
los jirones del aire
que perfumé de inciensos.


 III (La agonía)

Todo ardió aquí
en tiempo inmemorial,
aún percibo el olor
intenso que exhaló mi carne
y el frágil crepitar
al extinguirse mis huesos.

Saltan ahora las hienas a lo lejos,
sobre el lomo plúmbeo del ocaso.
El cielo se desgarra.
Sobreviene el Sol
como de un parto.


IV (Exergo)

Todo explotó en llamas
y alumbró durante centurias
una cohorte de mundos.
Luego ascuas,
luego frío,
silencio,
hielo.

Aquí, aquí cayó la espada,
aquí la calavera
de alguien que maldijo
en algún lugar del tiempo
el mundo y sus antojos.

¡Aquí es, sin duda!
Una espiga,
la primera.




Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo
apacentar todos los astros fijos y planetas.
Ibn Hazm

En el palacio del agua

Déjale hacer, a este Silencio
conocido de los siglos,
haz como si no le vieras
trepar como la hiedra,
alcanzar los balcones
y jugar a escondite
sorteando maineles,
recorrer las estancias
que parecen dormidas
del palacio del agua.
Déjale ensoñarse
en su propio rumor
porque él es el nombre
por siempre repetido.
Es el amor,
que nunca halla su sitio
y le gusta estar aquí,
dormido de costado,
al filo de un suspiro.






El texto Barakah quedó finalista en el XXI Certamen de Poesía Rosalía de Castro celebrado en 2011. En marzo de 2015 he tenido la satisfacción de ver publicados parte de los poemas que lo integran en la Colección Año XV de Detorres Editores, un generoso, tenaz e impecable, proyecto editorial llevado a cabo por el también poeta y, con el correr de los días, estimado amigo Calixto Torres. 

Barakah, un poemario que se debate entre el asombro, la indignación, el Amor en su más amplia expresión y la ternura, entre los espacios esenciales de la Creación y la re-creación de los hombres, se cuestiona el concepto felicidad, la honestidad de los valores, la consistencia de la libertad y reflexiona sobre las condiciones en que los seres transitamos la vida como efímeras y a la vez intensas partículas de la misma. Está "Dedicado a mi familia y amigos cuya presencia en mi vida conforma mi Barakah, mi Suerte Providencial. Y en especial a mi madre, agradeciendo cada momento feliz que pudo tener en su existencia. También a ti, lector, lectora, que recorres verso a verso las páginas de esta obra completando, así, su sentido y su destino"

Era en abril, y de la nieve al peso
aún se doblaron los morados lirios;
era en diciembre, y se agostó la hierba
al sol, como se agosta en el estío…
Rosalía de Castro
Quimera

Este año aún no se deciden
a morir las mariposas,
no acaban de rendir su vigilia,
esparcida en latidos de colores,
al otoño y continúan
parpadeando en la luz,
como turbadas, en busca
de unos pétalos que no existen ahora.

Los árboles permanecen envueltos
en la tupida quimera de unas hojas
que no quieren desprenderse
de sus ramas, que se aferran
con fuerza hasta al aire
que las mueve y a la savia
perenne que ya no les pertenece.

Pareciera que una estación
desconocida
se prepara para imponerse.




Todos al fin extintos,
se pierden bajo un cielo que los cubre.
El cielo es inmortal.
Jorge Guillén
Diluvio

Se desploma el glaciar.
Hace tiempo que el sol le va engullendo
y el calor exacerbado del planeta
expele los icebergs de la Antártida
que se disipan abducidos por las alturas:
Quedan sin suelo los leones marinos,
los osos, las morsas, los pingüinos…
El glaciar es ahora una nube
ominosa e interminable
que se cierne en temporales
sobre los continentes e inunda
pueblos y ciudades.

Magia negra y no progreso
que fuerza el hielo en agua
y el agua a la tierra en cieno.
Maldición que revierte
sobre aquellos ignorantes
que juegan a ser dioses.
La Tierra se da la vuelta
en su existir imperturbable,
solo cambia de postura,
se desprende para siempre
de aquello que la incomoda.



¡Mira cuánta estrella! De tantas como son, marean.
Se diría el cielo un mundo de niños,
que le está rezando a la tierra
 un encendido rosario de amor ideal.
Juan Ramón Jiménez
Hermandad

Me acompaso a la mansedumbre
de las criaturas del río:
Aquellas que construyen en él
su hogar con hierbas y secas ramas,
al aullido nocturno, ritual y profundo del lobo,
al desafío rotundo del vuelo del águila
a la velocidad de la luz,
al suave tacto de la nariz del cervatillo,
a la turgente forma de joya
tallada en el cuerpo de la abeja;
me acompaso, incluso, al cascabel de la sierpe
y al viperino veneno que sisea en sus colmillos,
al rugido del león y al dominio indiscutible
de su zarpa al caminar sobre la tierra,
a las líneas que surcan, en sabia geometría,
el cuerpo del tigre y de la cebra, al íntegro
marfil del elefante y al repertorio de su trompa,
a la fragilidad de un solo pétalo,
al oculto tesoro que anida en las raíces,
bajo los troncos de los bosques.

Me acompaso a la falta de inteligencia
que reina en los animales, a las razones
del agua, del sol, de la tierra y del aire.





Otras publicaciones con motivo de los Ciclos de Poesía coordinados de manera impecable por los poetas Alberta de la Poza y Manuel Sanchiz Salmoral.



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