Algo más que luz

Algo más que luz

lunes, 22 de junio de 2015

Una interpretación sobre Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

Una lectura de Platero y yo a través de las estaciones del año en el Centenario de su primera edición

Rafaela Hames Castillo

Transcurridos cien años desde la primera edición de Platero y yo, reflexiono sobre un texto que trasciende los renglones del papel y del tiempo para inscribirse en el subconsciente del ser humano dando nombre a esas inasibles formas que nos componen el sentir, el pensar, el ser, incluso cuando no lo hayamos leído o no nos percatemos de que sentimos, pensamos o somos…

Y es que su lectura, la lectura de la inmortal obra de Juan Ramón Jiménez, quien (ironías del destino) vive dos contradictorias situaciones a la vez en el año 1956: La concesión del Premio Nóbel de Literatura por la Academia Sueca de un lado y del otro, la muerte del ser que, de manera rotunda, definió exitosamente su trayectoria vital: Zenobia de Camprubí Aymar. Como decía, la lectura de Platero y yo sugiere un tránsito por el ciclo de la vida asociado éste al ciclo de las estaciones comenzando con la ternura, la plenitud y el vigor de la infancia y la juventud, recuérdese aquí la archiconocida descripción del burrillo en el primer pasaje del libro, para recorrer todos los aspectos de la vida  a lo largo de su tiempo, identificados estos, como veremos más adelante, con las demás estaciones.

Tiene Platero varias lecturas: la mera incursión del lector en la amistosa relación de un hombre y un animal en un escenario natural donde transcurre la acción, en apariencia toda ella amable, sólo en apariencia, porque a la par están aflorando constantemente aspectos extremos y de gran dureza; sin ir más lejos, repararemos en que el autor, Juan Ramón, no escoge a un ser humano como interlocutor para desarrollar la obra ¿por qué prefiere, precisamente, para ello al animal cuyo nombre se utiliza como apelativo para designar a las personas torpes?

Con la PrimaveraEsta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida… ¿Qué le diera yo al otoño, Platero, a cambio de esta flor divina, para que ella fuese, diariamente, el ejemplo sencillo y sin término de la nuestra?

Dispone el tiempo en dimensiones de existencia: la de la flor, la del animal y la del humano de manera que, aun simultáneas, sus mismos instantes y duración son como de distinta naturaleza dependiendo del ser que los vive.

Hace algo parecido con el espacio cuando alude, por ejemplo, al Pozo y trasciende su significado como hábitat de las almas, recordando, casi, el túnel luminoso que dicen ver algunas personas que regresan de una situación terminal en un momento decisivo de su vida:

La noche entra, y la luna se inflama allá en el fondo, adornada de volubles estrellas ¡Silencio! Por los caminos se ha ido la vida a lo lejos. Por el pozo se escapa el alma a lo hondo. Se ve por él como el otro lado del crepúsculo. Y parece que va a salir de su boca el gigante de la noche, dueño de todos los secretos del mundo.

-Platero, si algún día me echo a este pozo, no será para matarme, créelo, sino por coger más pronto las estrellas.

Con el verano… El primer canto del grillo, en el crepúsculo es vacilante, bajo, áspero. Muda de tono, aprende de sí mismo y, poco a poco, va subiendo, va poniéndose en su sitio, como si fuera buscando la armonía del lugar y de la hora.
Pasan serenas las horas y los trigos ondean, verdes de luna, suspirando al viento de las dos, de  las tres, de las cuatro… el canto del grillo de tanto sonar, se ha perdido…

El verano y la plenitud, la sincronización, el acompasamiento de las criaturas al fluir del cosmos como entidades inherentes al mismo; por muy nimias que sean, ocupan su espacio legítimo en el Universo. Es como el latido del corazón en sintonía con las emociones o vivencias del ser que las alberga.

Por otro lado, dentro del paroxismo del verano, estación propicia para las celebraciones, se dan hechos y acontecimientos festivos que Juan Ramón, en afinidad con Rabindranath Tagore, recoge en Platero y yo y que son tamizados por un filtro de evidente crítica al indolente y elemental comportamiento de la especie humana y también a los convencionalismos de la sociedad:

Los húngaros:

… Ahí tienes, Platero, el ideal de la familia Amaro… Un hombre como un roble, que se rasca; una mujer, como una parra, que se echa; dos chiquillos, ella y él, para seguir la raza, y un mono, pequeño y débil como el mundo, que les da de comer a todos, cogiéndose las pulgas.

Los toros:

A lo lejos sube sobre el pueblo, como una corona chocarrera, el redondo vocerío, las palmas, la música de la plaza de toros, que se pierden a medida que uno se va, sereno, hacia el mar… Y el alma, Platero se siente reina verdadera de lo que posee por virtud de su sentimiento, del cuerpo grande y sano de la Naturaleza, que respetado, da a quien lo merece el espectáculo sumiso de su hermosura resplandeciente y eterna.

Con el otoño:

Llega el presentimiento certero de la fugacidad, de la conclusión de la existencia que a todos nos anega de una indefinida inquietud, quizá, porque aunque su certeza obre dentro de cada uno con su presencia absoluta, preferimos eludirlo o no nos lo sabemos traducir y, por tanto aceptar e integrar dentro del mismo hecho de la vida.

 El perro atado:

La entrada del otoño es para mí, Platero, un perro atado, ladrando limpia y largamente, en la soledad de un corral, de un patio o de un jardín, que comienzan con la tarde a ponerse fríos y tristes… Dondequiera que estoy, Platero, oigo siempre, en estos días que van siendo cada vez más amarillos, ese perro atado, que ladra al sol del ocaso… Su ladrido me trae, como nada, la elegía. Son los instantes en que la vida anda toda en el oro que se va, como el corazón de un avaro en la última onza de su tesoro que se arruina…


Invierno:

Camino:

¡Qué de hojas han caído la noche pasada, Platero! Parece que los árboles han dado una vuelta y tienen la copa en el suelo y en el cielo las raíces, en un anhelo de sembrarse en él.

Es el momento de la introspección de la Tierra en sí misma, del cobijo de la simiente, del letargo donde la vida, en apariencia, es inerte y bajo esta apariencia de muerte se fragua una nueva vida en un proceso sucesivo de reencarnación. Es por ello que en este fragmento recrea nada menos que el Árbol de la Vida que, según reza en la Cábala, tiene sus raíces en el Cielo y sus Frutos en la Tierra.

Ahora, Platero, desde la desnudez de las ramas, los pájaros nos verán entre las hojas de oro, como nosotros los veíamos a ellos entre las hojas verdes, en la primavera. La canción suave que antes cantaron las hojas arriba ¡en qué seca oración arrastrada se ha tornado abajo!

Con la estación del Invierno, asociada a la muerte, entra el libro en sus últimos pasajes y aparece por primera vez como anuncio, la mariposa. Curioso es el detalle de que siendo la mariposa una criatura propia de la primavera, aparezca en este momento invernal, pero he ahí que la mariposa es un símbolo del alma y, por tanto, sugiere el tránsito de la reencarnación y la introducción en un nuevo ciclo de vida a través de la muerte, lo que vendrá a suceder en una nueva secuencia de estaciones que comienza siempre con la primavera:

Madrigal:

Mírala. Ya está aquí otra vez, en realidad, son dos mariposas: una blanca, ella; otra negra, su sombra…
Platero, ¡mira qué bien vuela! ¡qué regocijo debe ser para ella el volar así! Toda se interna en su vuelo, de ella misma a su alma, y se creyera que nada más le importa en el mundo, digo, en el jardín.

La muerte:

… A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas, y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza…

(Vuelve la mariposa) … Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores (¿el alma de platero?)


Melancolía:

- ¡Platero amigo! –le dije a la tierra-: si como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas de mí? Y cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio…

El lirio amarillo se asocia a la flor amarilla semejante al lirio que florecía en el reino de los muertos en la antigüedad griega.

A platero en el cielo de Moguer:

Sí. Yo sé que, a la caída de la tarde, cuando entre las oropéndolas y los azahares, llego, lento y pensativo, por el naranjal solitario, al pino que arrulla tu muerte, tú, Platero, feliz en tu prado de rosas eternas, me verás detenerme ante los lirios amarillos que ha brotado tu descompuesto corazón.

Concluye con el Invierno, con la muerte como protagonista pero está la mariposa, criatura de primavera, volando entre la vid y los lirios amarillos que brotan del cuerpo sin vida, quien sabe si buscando un nuevo cuerpo para citarse con el mundo sensitivo o sólo mostrando otra forma de existencia siempre en la Belleza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.